Cuando
la existencia pierde su tiempo vital, el ser humano inicia una nueva etapa que
se caracteriza por los recuerdos que genera en quienes desean hacerle presente
para tamizar el vacío de su partida terrenal.
Encuadradas
entre cientos de nichos de pared, en el cementerio puede contemplarse tumbas
destacadas. En su lugar de descanso, sobre la tierra que sepulta, una lápida
marca cada ubicación personalizada; plantas y flores adornan el entorno.
Entonces surge el artista creando
volúmenes, conformando espacios. Panteones y monumentos funerarios de variados
estilos delimitan lugares personales; junto a esa arquitectura aparece la figura en forma de ángeles,
doncellas, personajes célebres inmortalizados para la historia, amén de Cristo,
la Virgen,
santos o detalles espirituales para el recuerdo. Talla o cincel, fundido o
moldeado, en piedra, madera o bronce, el escultor desecha lo superfluo y
da sentido a todo aquello que conforma
su mente creativa.
Y
así, en el indescriptible periodo que transcurre entre el día y la noche de
cualquier momento presente, se hace de improviso el silencio y permanece inalterable. Más allá de la creencia trascendente de quien
recuerda a sus seres queridos que un día despidió en su postrera morada
temporal, esas esculturas expresan la intimidad de cada historia personal cuyos
afectos perduran desde el arte silencioso que les cobija.