martes, 3 de junio de 2014

UNA ESTRELLA, LA QUE ILUMINA LA SENDA

Con el alba, en los primeros momentos del nuevo día, el firmamento presentó un nuevo astro. A mis ojos, en una primera mirada, no parecía gran cosa. Además, con tantas parecidas y en gran número, no sentí necesidad de prestarle atención. Nacen muchas estrellas y en lugares tan diversos que para fijarse en una de ellas hay que tener un motivo de peso.

Pasó el tiempo y, de improviso, noté que su luz parpadeaba cuando yo miraba al cielo en busca de respuesta a mis preocupaciones. Tuve muchas dudas al principio, incluso llegué a reflexionar seriamente si se trataba de la necesidad de hallar un contacto fuera de mi propia realidad, más allá, en los confines estelares.

Me inquietó que, ya de día, la estrella seguía mis pasos y podía distinguirla entre las nubes, en medio del cielo azul; también en los días de tormenta y hasta en una ocasión creí verla en el centro de un arco iris. Desde entonces se convirtió en una referencia obligatoria: cada vez que iba a tomar una decisión, cuando tenía dudas, deseaba dar gracias, en la sonrisa o el llanto de cada jornada, miraba a lo alto y encontraba una tenue luz que llegaba directa a mi corazón haciéndome sentir paz y sosiego.

Hoy, meses después, creo que aquella insignificante pequeña luz que surgió de la nada es una humilde, discreta, amable y bella estrella que ilumina mi senda por encargo del Creador. Su cercanía es permanente, su fulgor tamizado es una muestra certera de cómo crecer en el diálogo, ser bondadoso en las relaciones, captar la esencia de la vida desde mi propio designio personal aún por descubrir en su totalidad.

En esta madrugada,  y son las seis, agradezco plenamente
sentir esa luz como el presente más seguro, guía de mis pasos, confidente de mis inquietudes y referente de mis anhelos. Gracias, María, por estar en mi vida.