Con el alba, en los primeros momentos del nuevo día, el firmamento presentó un nuevo astro. A mis ojos, en una primera mirada, no parecía gran cosa. Además, con tantas parecidas y en gran número, no sentí necesidad de prestarle atención. Nacen muchas estrellas y en lugares tan diversos que para fijarse en una de ellas hay que tener un motivo de peso.
Pasó el tiempo y, de improviso, noté que su luz parpadeaba cuando yo miraba al cielo en busca de respuesta a mis preocupaciones. Tuve muchas dudas al principio, incluso llegué a reflexionar seriamente si se trataba de la necesidad de hallar un contacto fuera de mi propia realidad, más allá, en los confines estelares.
Me inquietó que, ya de día, la estrella seguía mis pasos y podía distinguirla entre las nubes, en medio del cielo azul; también en los días de tormenta y hasta en una ocasión creí verla en el centro de un arco iris. Desde entonces se convirtió en una referencia obligatoria: cada vez que iba a tomar una decisión, cuando tenía dudas, deseaba dar gracias, en la sonrisa o el llanto de cada jornada, miraba a lo alto y encontraba una tenue luz que llegaba directa a mi corazón haciéndome sentir paz y sosiego.
Hoy, meses después, creo que aquella insignificante pequeña luz que surgió de la nada es una humilde, discreta, amable y bella estrella que ilumina mi senda por encargo del Creador. Su cercanía es permanente, su fulgor tamizado es una muestra certera de cómo crecer en el diálogo, ser bondadoso en las relaciones, captar la esencia de la vida desde mi propio designio personal aún por descubrir en su totalidad.
En esta madrugada, y son las seis, agradezco plenamente
sentir esa luz como el presente más seguro, guía de mis pasos, confidente de mis inquietudes y referente de mis anhelos. Gracias, María, por estar en mi vida.
Una propuesta para iluminar la vida expresando aquello que inspire mi experiencia artístico-espiritual
martes, 3 de junio de 2014
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Salmo 146
ResponderEliminarLa Bondad de Dios
"Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;
que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado
y a las crías de cuervo que graznan.
No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los jarretes del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia."