Era esa situación imprevista, desbocada, difícil de controlar, impredecible pese al caos de relaciones palpable en el ambiente. Ella no tenía más medios que su propio corazón: y ahí fue que lo donó sin reservas. Sin tan siquiera percibirlo, mostró al viejo enfermo postrado en el suelo del hospital abarrotado de espera su mirada de ternura: ello bastó para darle cariño y hasta el comienzo de un nuevo ánimo. En el presente del anciano, hasta ese instante desatendido y con futuro incierto, se vislumbró una nebulosa color esperanza. El inesperado y tardío agradecimiento marcó en la donante de ternura un futuro de nuevas miradas con similar actitud de amor en primera persona, de tú a tú, de nuevas relaciones sinceras con prójimos anónimos.
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