jueves, 23 de enero de 2014

LA PAZ DE TU MIRADA

Era una tarde cualquiera, eso sí recuerdo que era invierno y hacía bastante frío. Llevaba más de una hora paseando por la ciudad sin rumbo definido, con la agenda desierta de propuestas para consumir tiempo y ocio. Entré en una iglesia que por fuera conocía de memoria, pero su interior era para mí realmente ajeno. En el templo -a media luz- cuatro o cinco personas rezaban en bancos aislados un rosario que sonaba a monotonía. Enseguida apareció a mi paso una primera capilla y allí te encontré.


¿Cómo expresar la sorpresa de recibir en mis ojos - aún más, en mi corazón - tu mirada personal que me interpelaba para que dejara a un lado mi preocupante apatía y dejara transcurrir el tiempo sin control en esa atmósfera sagrada en la cuál de improviso me hallaba inmerso? No sabría decir cómo llegamos a entablar aquel coloquio, pero desde el inicio tuve la percepción de que no era fruto del azar, antes bien un plan intencionado para que hiciera morada en mi corazón el mensaje que ahora atesoro como una gran joya.


Han pasado varios meses desde aquel encuentro no casual y mi corazón sigue acogiendo cada día la propuesta de tenerte siempre presente, así como desde primer segundo sentí tu presencia en aquel santuario mariano. Tú, con el rostro ensangrentado, el costado lacerado, espinas en la frente, manos y pies clavados al madero de mi omisión de Amor. Aquella fría tarde de invierno me confiaste como bagaje cientos de oraciones que creyentes anónimos sintieron expresar ante tu imagen en tantas visitas como la mía.


Desde la paz de tu mirada, sólo pudo hablar mi corazón y en el silencio más sagrado tuve la certeza de que Tú me escuchabas, sin trabas, personalmente, mientras una lágrima sincera recorría mi mejilla hasta la comisura de mis labios que besaron tu frente herida
: sólo entonces pude decirte "gracias". Así lo hago cada vez que siento haber hecho una buena acción, cuando te busco en una iglesia - ahora ya más a menudo-, en el pequeño crucifijo que me acompaña, en la oración que a cada tanto interiorizo para recordarme que estás ahí, siempre, como faro que alumbra para que no encalle en la tentación de cada día.. Desde aquella mirada y su paz ha cambiado mi vida.

1 comentario:

  1. "Creció como un retoño delante de él,
    como raíz de tierra árida.
    No tenía apariencia ni presencia;
    (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
    Despreciable y desecho de hombres,
    varón de dolores y sabedor de dolencias,
    como uno ante quien se oculta el rostro,
    despreciable, y no le tuvimos en cuenta.
    ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
    y nuestros dolores los que soportaba!
    Nosotros le tuvimos por azotado,
    herido de Dios y humillado.
    Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
    molido por nuestras culpas.
    Él soportó el castigo que nos trae la paz,
    y con sus cardenales hemos sido curados."
    Cuarto Canto del Siervo, Is 53

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