El día comienza su última etapa cuando el sol se va posando en el horizonte, más allá de las torres, antenas y edificios que delinean la silueta de la ciudad costera. Es mi tierra, ésa donde habito, me relaciono y paso la mayor parte del tiempo que administro en mi existencia..
Una vez más vuelve a cuestionarme aquel consejo que recibí de joven, aquéllo de hacer balance del día para tomar en serio cada acción personal y sus consecuencias. Dudo, como otras tantas veces, de que realmente pueda ser objetivo. ¿A quién puede perjudicar que no sea sincero, tal vez adaptando las reglas y los mandamientos que prometí cumplir para bien de todos?
Se hace el silencio y la brisa del mar, ése que acota la distancia entre mi yo y mis semejantes, refresca mi memoria; de improviso mi mente siente la luz que aclara todo: fui en primera persona al lugar sagrado que tan bien conocía a confirmar mi fe, mi esperanza y mi compromiso de amor concreto sin desear recompensa. ¿Puedo acaso cuestionar mi suerte, el resultado de la gestión cotidiana de los dones y talentos recibidos al inicio y que ingenuamente creí merecer?
Sea hoy mismo, en el inicio de un nuevo año en la senda que me acoge, el momento de comprometer voluntad y corazón a dar pasos positivos -firmes y conscientes-, desterrar sombras y temores, bendiciendo lo que acontezca como la voluntad de quien más me ama.
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