He paseado decenas de veces durante muchos años por ese pueblo que conozco y estimo, a cuya calle más conocida caracteriza una acequia que delimita las casas de una parte, ésas que en vez de acera tienen pequeños puentes para acceder a las viviendas.
Con el tiempo algunas de ellas han de dejado de ser habitables,
incluso han perdido el edificio que en su tiempo cobijó un hogar
anónimo: relaciones personales, momentos entrañables...
Llego a la conclusión de que en la vida lo que resta es el presente, porque el pasado queda en la experiencia y el futuro está por llegar. Cimentar la senda en el hoy de Dios garantiza una perspectiva adecuada que no ensombrece el recuerdo del tiempo vivido ni la preocupación por saber afrontar lo que vendrá.
Creo que la vida no consiste en subir deprisa una larga escalera; tal lo propio sea consolidar cada escalón -con paso firme- hasta descubrir y abordar el último peldaño que precederá a una Estancia sagrada que te espera personalmente desde siempre.
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